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El tampoco estaba solo, aunque creía ser un solitario. Por un lado estaban unos cuantos amigos y sus papás, tal vez hasta una exnovia que todavía se preocupaba en llamar. Y aún habían más personas que lo rodeaban. No como cuando uno sale al “mall” y está rodeado de desconociodos. Sino que, por ejemplo, en su casa estaba doña Rosi, que se levantaba siempre temprano a hacer el café y preparar el desayuno. O Don Gabriel que siempre cantaba al regar el jardín. Y si nos alejamos un poquito más, veríamos a Marta y sus hijos vendiendo en el mercado de ahí cerca. Y si nos alejamos aún más, encontraríamos a Pedro y sus primos que trabajan todo el día para cosechar los frijoles que comeremos mañana.
Asimismo nosotros nunca estamos solos. Aún sin amores, amigos o parientes cercanos, estamos rodeados por personas de “servicio” que hacen nuestra vida mejor, más cómoda. Pero me parece que desde pequeños se nos enseña a ignorar su presencia. A no saludar, no agradecer. ¿Qué tal estará su familia? O simplemente, ¿qué pensará del partido del sábado? O, ¿cómo afectó la lluvia sus cosechas? Pero no, parece que no tenemos tiempo para platicar con personas de cuyo trabajo dependemos tanto. Si tenemos que despertar a algo, que sea al reconocimiento de su presencia, a comenzar a hacer preguntas, a platicar, y a compartir buenos momentos.
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